Enrique de Castro era un viejo conocido del movimiento vecinal, con el que compartió todo tipo de luchas contra la injusticia social. Persona comprometida e íntegra como pocas, estuvo siempre del lado de los que sufren, de los pobres y los excluidos, empeñado en hacerles un hueco en una sociedad que les rechazaba. Desde Palomeras primero y Entrevías después, sus parroquias fueron extraordinarios espacios de acogida y movilización social. Sus puertas siempre estuvieron abiertas para los vecinos sin papeles, para los toxicómanos, para las prostitutas, para los refugiados, para los parados o los obreros en huelga. Para los perseguidos, los presos, los humillados, los marginados. Con ellos compartió todo, absolutamente todo.
De Castro contribuyó a poner en marcha colectivos como Madres Unidas contra la Droga en los años 80 del siglo pasado, una época en la que esta lacra se llevó a miles de jóvenes de barrios como Entrevías, o la Coordinadora de Barrios, espacio que agrupa a entidades que luchan contra la exclusión social. Mimbres de los que nació la Escuela sobre Marginación y que se usaron para organizar, en los 2000, y junto a otras organizaciones, las llamadas Semanas de Lucha Social Rompamos el Silencio, en las que, a través de acciones de desobediencia civil no violenta, se denunciaron diferentes conflictos sociales e injusticias. En el marco de una de estas semanas, se organizó un encierro de protesta en la catedral de La Almudena.
Comprometido con las luchas antifranquistas y por la democracia, siempre vinculado a Vallecas, de Castro es un referente de la teología de la liberación en España. Muy crítico con los poderes, incluido el de la Iglesia Católica, siempre defendió y vivió un evangelio sencillo, humanista, de la gente común, completamente alejado de la pompa y el artificio. Esto lo aplicaba también en sus homilías, y por su falta de ortodoxia la jerarquía eclesiástica estuvo a punto de expulsarle de San Carlos Borromeo en 2007. Solo lo impidió una enorme campaña de solidaridad. El Arzobispado de Madrid acabó clausurando ese espacio como parroquia y convirtiéndolo en centro pastoral, un cambio de denominación que no iba a influir en la actividad solidaria y de acogida que hasta entonces realizaba y que ha seguido hasta nuestros días, de la mano de otro cura comprometido, Javier Baeza. San Carlos Borromeo sigue siendo hoy el lugar abierto de siempre, el mismo que en 1989 acogió el primer encierro de inmigrantes en España y que en los últimos años ha hecho lo mismo con personas refugiadas.
De Castro nos ha dejado también un manojo de libros que recogen su pensamiento religioso y de crítica social, como “Dios es ateo”, “¿Hay que colgarlos?” y “La fe y la estafa”.
Esa es la estela que deja Enrique de Castro, una estela de luz y esperanza que estamos obligados a cuidar y recordar. Que la tierra te sea leve, querido Enrique