Historia

Detrás de las siglas de la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM) se esconde una dilatada historia. Toda una vida que arranca a mediados del siglo XX, aunque la organización no se legaliza hasta 1977. Para conocer su germen debemos remontarnos a una sociedad madrileña que apenas se reconoce en la actual metrópoli.

El Madrid del siglo XX. Hablamos de la capital y la región de la década de los cincuenta, de la época en la que la capital se convirtió en el epicentro del incipiente desarrollo industrial y en polo de atracción de miles de personas protagonistas de un éxodo rural procedente de Andalucía, Extremadura, Castilla… Muchas de aquellas inmigrantes recién llegadas ocuparon un espacio suburbano y levantaron una casa baja o una chabola, hilvanando de precarias construcciones los suburbios y desbordando el cinturón urbano de miseria y necesidades sistemáticamente negadas. En aquellas circunstancias, se veían obligadas a pinchar la luz, a abastecerse del agua de las fuentes y a hacer duros de pesetas.

De lo inhóspito de aquellas chabolas, de la espontánea ayuda mutua, de la creciente concienciación y de las tertulias vecinales surgieron grupos que se echaron a las calles para luchar por lo evidente: el alumbrado público, los colegios, el suministro de agua o algo de cemento para las calles polvorientas y enfangadas. Había miedo, obviamente. La siniestra maquinaria represiva del régimen franquista acechaba y perseguía el mínimo movimiento. Pero no por ello cejaron en su empeño. Las asambleas vecinales empezaron a estructurarse de forma más o menos formal en torno al movimiento obrero, los partidos ilegales -principalmente el Partido Comunista- y la Iglesia de base hasta que, aprovechando el raquítico margen de libertad que propiciaba la Ley de Asociaciones de 1964 que reconocía por vez primera el derecho de asociación, se crearon las primeras asociaciones vecinales.

Fue Palomeras Bajas quien rompió el fuego. Corría el año 1968 y aquellas y aquellos que descollaron entonces como dirigentes vecinales sembraron la simiente de lo que hoy es la FRAVM bajo la estrecha custodia de la policía, vigilante de que cuanto se dijera en las asambleas “no fuera político” y de que la representación vecinal tuviera una biografía sin mácula. Fue así como la vecindad transformó la picaresca de la supervivencia y la astucia callejera en reivindicaciones ancladas en unos derechos pisoteados por el régimen.

Entre 1968 y 1970 se crearon otras veinte asociaciones en barrios populares de la capital (Moratalaz, Orcasitas, San Blas, Puente de Vallecas…) y en municipios como Alcalá de Henares, San Sebastián de los Reyes, Leganés y Getafe. El asociacionismo vecinal se extendía como un reguero de pólvora que se las veía y se las deseaba para mantener su actuación dentro de los estrechísimos márgenes de la dictadura franquista. Fue así como los vecindarios consiguieron escuelas, alumbrado público y agua, como conquistaron años después el derecho a una vivienda que dignificó el proceso de asentamiento de los suburbios, como declararon la “guerra del pan” contra la carestía de la vida, como construyeron los cimientos de lo que hoy nos parece evidente e irrenunciable.

Ahora bien, no sólo se limitaron a reclamar soluciones que paliaran los déficits existentes en materia de vivienda, libertad de expresión, fiestas populares…- sino, ante todo, a construir espacios de encuentro y acción solidaria. A tejer un movimiento activo en los barrios en el que los madrileños y madrileñas pudieran desarrollar espacios ajenos al despotismo e inercia del régimen, laboratorios donde fraguar la lucha por las libertades.

Las calles hervían de reivindicaciones y, con el tiempo, las asociaciones empezaron a constituir comisiones en las que se integraron profesionales -de la arquitectura, el derecho, la enseñanza…- para abordar los sectores donde había más carencias y, simultáneamente, reclamar su legalización siguiendo el modelo de la Federación de Barcelona. La petición fue denegada. La autoorganización no tenía cabida y era inconcebible en los autoritarios esquemas del orden público.

En el ejercicio de la ciudadanía

Muerto Franco, los primeros balbuceos de la hoy tan celebrada transición no podían satisfacer las expectativas de las vecindades de Madrid. La legislación en ciernes y el Proyecto de Ley de Bases de Régimen Local dejaban a la ciudadanía al arbitrio de alcaldes impuestos por designación administrativa y no mediante sufragio universal, de modo que los márgenes para desarrollar la transición que se quería democrática asfixiaban las iniciativas surgidas fuera de los partidos llamados a legitimar el proceso.

En este contexto surgió la idea de celebrar una excursión vecinal a Aranjuez, una jornada festiva de convivencia que reforzara y pusiera en evidencia la red solidaria creada al hilo de los años de lucha y reivindicaciones. Fue el 15 de mayo de 1976, un día del que muchas personas recordarán, sobre todo, la irrupción de los guardias civiles que, fusil en mano y sin excusa alguna, apalearon indiscriminadamente a la multitud allí concentrada, que volvía de regreso.

La respuesta no se hizo esperar. La Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid, en funcionamiento desde 1975 (con el nombre de Federación Provincial de Asociaciones de Vecinos) pero que habrá de esperar hasta finales de 1977 para su legalización- organizó la Semana Ciudadana, una acción sembrada de asambleas y actos culturales bajo el lema “Queremos nuestros derechos y los queremos ahora”. Su objetivo: demostrar la fuerza y el tesón de los barrios y presionar a favor de la legalización de las “asociaciones en trámite”, una movilización que confluiría en la manifestación en la calle Preciados el 22 de junio de 1976. Las aproximadamente 50.000 personas allí reunidas exigieron la legalización inmediata de las asociaciones vecinales y otras entidades ciudadanas, así como plenos derechos y libertades democráticas.

Después de aquella acción, el avance del movimiento fue imparable. En enero de 1977 se celebró en Madrid el primer encuentro de asociaciones vecinales de España para abordar, entre otros, los problemas relativos a la legalidad y el reconocimiento constitucional del movimiento vecinal y ciudadano. El 2 de noviembre la FRAVM sería legalizada. En la década de los ochenta se celebró el primer congreso del movimiento vecinal madrileño y se negociaron las primeras normas de Participación Ciudadana del Ayuntamiento de Madrid.

Como en el viaje a Ítaca, todos estos años de camino sembrado de éxitos, fracasos y experiencias han hecho de las asociaciones vecinales, que agrupan a más de 120.000 personas de la Comunidad de Madrid, una realidad seria, vertebrada y legitimada por su pasado y su presente, un movimiento ciudadano que afronta nuevos retos y logra conquistas más recientes, como los planes de actuaciones e inversiones 1998-2003 en Usera-Villaverde, 2000-2005 en Puente y Villa de Vallecas, 2003-2007 en Vicálvaro, San Blas, Carabanchel-Latina, Tetuán… y nuevas normas y reglamentos de participación ciudadana.

Las nuevas realidades transforman las formas de lucha. Ahora los caballos de batalla vecinales arremeten contra la privatización de los servicios públicos y la falta de inversiones en los mismos, la contaminación atmosférica y electromagnética, la violencia de género, la depredación de las actuales políticas urbanísticas y de infraestructuras, la exclusión de la ciudadanía de la gestión de los asuntos públicos…

Algunas de las personas que participaron en las primeras batallas del movimiento vecinal continúan -las imprescindibles, como diría Brecht-, otras procedentes de otros ámbitos de la sociedad civil más jóvenes se han sumado al ejercicio de la ciudadanía, de la participación en la vida pública, de la (re)construcción democrática, de la democracia que aspira a ser participativa para transformar la realidad de las ciudades, los barrios y los entornos. Una realidad poco halagüeña por fragmentada, consumista, carente de solidaridad y valores colectivos que exalta el culto a lo efímero. Una realidad que habrá de contar con nosotras y nosotros, con las vecinas y vecinos organizados, para construir una región a escala humana. A escala de nuestros sueños.